Friday, May 11, 2012
Sabina__II
¿ a dónde habría ido su madre?
llena de una angustia inabarcable, juntó las primorosas flores de sus manos
y dobló las rodillas, ante la imagen de una Virgen, que ella tenía en
devoción;
y, oró con fervor;
el sonido del timbre la sacó de este letargo piadoso;
fué a abrir;
los porteros con faces desoladas y, dos camilleros de la Cruz Roja,
aparecieron ante ella, trayendo en brazos a su madre, perdido el conocimiento
y pálida como una muerta;
había caído de un tranvía al descender, y enganchada del traje había sido
arrastrada largo trecho;
liberada y recogida por los pasantes, había sido llevada a la Casa de Socorro
más inmediata, donde se le había hecho la primera cura;
tenia el rostro lacerado y la pierna derecha rota en varias partes;
a la vista de su madre cubierta de vendajes y, de sangre, Sabina estuvo a
punto de desfallecer;
la arrebató de brazos de los camilleros, y con fuerzas sobrehumanas,
la llevó en los suyos hasta el lecho;
allí, palpándola y tocándola como enloquecida, la gritaba:
-¡ Mamá ! Mamá querida…
doñ a Zoila no respondía…
tenía los ojos cerrados y el cuerpo inerte;
pronto su hija la desvistió ayudada por la portera y la metió bajo
las ropas del lecho… ;
enloquecida la llamaba:
-¡ Mamá ! ¡ Mamá !…
su voz era triste como la de un niño perdido en la noche;
doñ a Zoila abrió muy lentamente los ojos, pesados de brumas,
por el efecto del narcótico que le habían aplicado al hacerle la cura,
y sonrió tristemente a su hija, como si oyese sus voces lejanas, muy
lejanas, como en el fondo de un río muy profundo…
y, ella continuaba en gritarle, ahora más paso:
-¡ Mamá ! ¡ Mamá ! - como temiendo despertarla, besándola en el rostro
ensangrentado, y, buscándola los labios, con el tesón de un niño que busca
el seno materno;
la enferma comenzó a quejarse tenazmente;
el portero, que había ido en busca del médico más cercano de la vecindad,
volvió con él;
éste no hizo sino confirmar el diagnóstico que al decir de los camilleros,
habían dado los de la Casa de Socorro: la pierna había sido rota por varias
partes;
era precisa la ayuda de un practicante experto para encauzar la satura del
hueso, y enyesar el miembro roto para reducirlo a la inmovilidad;
fueron al vecino Hospital a buscar uno y lo hallaron por casualidad;
cuando llegó a aquella casa de la desolación, doña Zoila, que había
recobrado el conocimiento, llenaba el aire con sus terribles alaridos;
los grandes grito de la anciana inspiraban piedad, pero más piedad inspiraba
el silencio doloroso de su hija;
tan pálida como su madre, los ojos tristes entenebrecidos por el llanto,
el rostro en desolación superando su dolor, ayudaba a los profesores con
manos sabias, que temblaban al tocar las carnes de la enferma, como si
tocasen su propio corazón puesto al desnudo;
la operación de sutura y moldaje, aunque incompleta, por falta de elementos,
fué larga y durante ella doña Zoila se desmayó dos veces, en los brazos de
su hija;
terminada la operación y partido los profesores, Sabina quedó sola,
de rodillas al pie del lecho de su madre, a quien los narcóticos habían vuelto
a sumir en estupefacción;
y, allí veló, hasta que vencida al fin, rodó desmayada al suelo,
cuando ya el alba despuntaba sobre los cielos lejanos que tenían la enfermiza
palidez de un ópalo fatal.
El cubil de una alimaña, no la cueva de una fiera, se diría, la estancia sórdida
y triste, a la cual muy escasa luz entraba a través de los barrotes y los vidrios
empañados de una lumbrera muy alta, con aspecto celular;
tenía visos de oficina por el sucio mobiliario que allí había y que a emporcarla,
más que a ornarla parecía concurrir;
largos bancos rectilíneos cerca al muro, para gentes expectantes;
una valla de madera y en ella dos estrechas ventanillas con cristales corredizos;
tras de una de ellas, asomaba el rostro huraño, rostro de ave carnicera y
rapaz, un hombre, torvo y sucio, semejando una lechuza en un nicho
sepulcral;
varias gentes, casi todas de un aspecto miserable, hacían cola, esperando
llegar al ventanal;
allí exhibían el objeto que llevaban, discutían con el hombre rudo y cruel
que allí había, y, vencidos al fin, dejaban la prenda, y tomaban el dinero,
que la gana del hurón, les entregaba;
de súbito, aquel templo de la usura, pareció iluminarse, como un resplandor
de sol entrado en una tumba;
una dama, elegantemente vestida, entró presurosa y azorada, seguida de un
faquín, el cual llevaba en hombros un objeto;
vióla un dependiente y salió obsequioso y, taimado a recibirla;
conocíala sin duda, y, en grande estima en la casa habrían de tenerla, según
las zalemas y genuflexiones que ante ella hizo;
alzó la cortina, que cubría la puerta de una estancia vecina, e invitó la a entrar
en ella;
pretensiones de salón tenía aquel tugurio que sin duda la dama conocía;
entró en él seguida del faquín, que puso el objeto en el suelo y se retiró,
después de pagado su servicio;
el señor Joaquín, el prestamista, avisado por su fá mulo, dejó la ventanilla en
que despachaba, y, vino presuroso y obsequioso a recibir la visitante;
se inclinó ante ella, como no lo hacía ante nadie, desarrugado el ceño, amable
el rostro que había perdido su adustez sombría, y con los ojos lipitosos, más
que con la boca sucia y desdentada, la interrogó sobre el objeto de su visita;
lo sabía bien, porque Sabina Cortés, que era la dama allí presente, había
estado otras veces, y no pocas, en su casa, para llevar sus vajillas, sus joyas
y aun sus trajes a empeñar;
todo lo que su madre y, ella poseían, estaba en poder del usurero abominable;
esta vez, era su máquina de escribir la que traía, una Smith-Premier,
multicopista admirable;
la enfermedad de su madre, requería grandes cuidados y muchos gastos,
y, antes que dejarla ir al Hospital, como seres sin entrañas le aconsejaban,
se disponía a empeñarlo todo, a venderlo todo, para cuidarla y para salvarla;
se desprendía de la máquina con la cual ganaba su vida, para salvar la de su
madre; y lo hacía con el mismo dolor con que un violinista ciego y mendigo,
llevara a piñorar el violín con que en las noches hiémales conmoviera el
corazón de los pasantes;
con un gesto lento y triste, ella descubrió la máquina, cautamente,
cuidadosamente, como si tocase una cosa viva y amada que temiese lastimar;
una lágrima dolorosa, rodó de sus ojos hasta sus manos enguantadas, y,
el llanto pareció prismatizar su belleza, dándole un vago esplendor de misterio
doloroso:
el señor Joaquín, retrocedió ante el precioso objeto, diciendo:
-¿ Cómo ! ; ¡ su máquina ! ;… ¿ y, con qué va usted a trabajar ahora?…
la deliciosa y, suave criatura, no acertaba a responder al principio, pero
dominándose, contó al usurero su terrible situación, el accidente acaecido
a su madre y los enormes gastos que eso le ocasionaba;
contando sus dolores su belleza indemne parecía tomar de la angustia un
nuevo prestigio, que la hacía como inmaterial y augusta;
la faz terrosa y torva del prestamista se hizo triste; sus manos tendidas
automáticamente hacía la máquina se retiraron; sus ojos de halcón perdieron
su siniestro brillo de codicia, y, como deslumbrados por el maravillamiento
de tanto Dolor y tanta Belleza, se hicieron tiernos, casi prontos a llorar.
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