Friday, May 18, 2012

Sabina__IV

En la sombra opalescente de la cámara surgían los severos lineamientos de
gran lecho; un lecho enorme, viejo estilo patriarcal;
la figura de la enferma diseñaba exiguas formas y, mostraba sus mortales
palideces en la albura de las ropas de ese lecho semejante a un sepulcro de
mármol en el cual, ella yaciente estuviera en las formas de una estatua;
el conmovio vacilante de la luz y las tinieblas se hacía lácteo al reflejo
intermediario del gran globo de alabastro de la lámpara que daba un exiguo
resplandor;
amarillo un Cristo gótico, semejando ser de cera extendía sus brazos rígidos
cual tentáculos arácnidos, sobre el muro, dominante del gran lecho familiar;
los objetos parecían como ahogados en esa ola suave y quieta de indecisa
claridad;
en la gran calma se oía respirar la enferma;
doñ a Zoila reposaba, más que dormida, aletargada, después de la cura que
en la tarde un practicante le había hecho;
su hija al lado la velaba, solitaria en el silencio, supliciada por la angustia;
reteniendo entre las suyas una mano maternal, miserable mano escuálida,
que ya muerta parecía, una pobre cosa inerte, de imposible acalorar;
a intervalos un singulto estremecía el cuerpo enfermo; el sopor se interrumpía
por la fuerza del dolor y, un gemido se escapaba de los labios de la madre;
su hija entonces se inclinaba sobre ella, la interrogaba suavemente, la limpiaba
del sudor y en la frente la besaba; y, la enferma vuelta al sueño, la joven
continuaba su vigilia… ; y era larga esa vigilia, ¡ cuántas noches sin dormir !…
no podía pagar una enfermera sino durante las horas del día mientras ella
trabajaba; en las noches, la enfermera pedía el doble por velar;
sus recursos se agotaban en la lucha por salvar a su madre, por no dejarla
llevar al Hospital;
vendida su máquina sus ganancias habían mermado enormemente; es verdad,
que mediante un anuncio en los periódicas había conseguido una colocación,
en las oficinas de un prestigioso Abogado, que a los pocos días de su ingreso,
encantado de su trabajo la había llevado a su despacho particular,
encargándola de su correspondencia con el extranjero, pero, lo que alí ganaba
apenas le bastaba para el pago de la enfermera;
para la alimentación de su madre, que era muy costosa por lo escogida,
para los reconstituyentes, para las medicinas, necesitaba dinero y, para eso
había vendido lo último que le quedaba: sus muebles; los traperos se habían
llevado a un precio ví l, el salón venerable, cuyo espejo al desprenderse del
muro para abandonar la casa, parecía llevar en su luna empañecida el reflejo
de todos los esplendores pasados de la raza; otros prenderos se llevaron el
comedor, y su dormitorio de tal manera, que ella dormía sobre un colchón
tendido en tierra; en el salón vacío, en cuyos muros escuetos quedaba solo,
el retrato del Coronel Cortés, mirando la lenta invasión de la miseria que
devoraba a su hija;
de sus trajes, no conservaba sino aquel con el cual concurría a la Oficina donde
era preciso presentarse de la mejor manera;
y pensando en la Oficina, no podía dejar de pensar en el Abogado, cuyas
asiduidades empezaban a inquietarla desagradablemente; mientras trabajaba
sus ojos extrañamente brillantes no dejaban de mirarla: su voz cuando le
hablaba era cálida y turbada; cuando se inclinaba hacia ella, para ver las copias
que hacía, su aliento parecía quemarle la nuca donde temblaban rizos solitarios
de su cabellera tumultuosa; ella hubiera querido dejar esa oficina, ir a otra
parte; pero, ¿ adónde ? además el Abogado era muy bueno con ella;
su señora, que sabía la enfermedad de su madre y su triste situación, solía
conversar con ella en el despacho, ensayando consolarla, y, por dos veces
la habían detenido a comer con ellos;

 un movimiento brusco de su madre, la sacó de su ensimismamiento; 
la enferma abrió los ojos, y suspiró largamente.
Sabina inclinándose hacia ella, le dijo con una voz arrulladora:
-¿ Has dormido ? ¿ te sientes bien ?
con voz ténue, perceptible apenas para el oído filial, y, con la tenacidad
peculiar a los enfermos, durante la noche, doña Zoila, en vez de responder,
preguntó:
-¿ Qué hora es ?




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