La traslación de doña Zoila a la Clínica, tuvo lugar al atardecer de ese
mismo día;
la mudanza requirió mucho cuidado, porque la enferma sufría horriblemente;
al ponerla en la camilla que debía llevarla, sufrió un síncope en el cual
estuvo a punto de morir;
llegando a la Clínica, los médicos observaron que la gangrena había aparecido,
y resolvieron operarla al día siguiente, cortando la pierna desde muy arriba
para evitar la invasión gangrenosa.
Sabina desolada, dejó su madre en la Clínica y, tras una noche de angustia
y, soledad, se presentó a la mañana siguiente a su Despacho, para tomar
sus ocupaciones habituales;
los porteros de la casa, fueron como siempre, muy amables con ella; y,
el groom, que le abrió la puerta del piso, fué tan respetuoso como de
costumbre;
respiró…
no se sospechaba nada…
el Abogado, que tenía mucho trabajo, halló sin embargo manera de conversar
con ella, y disculpándose de no haberle avisado su ausencia del día anterior,
para evitarle el venir, dijo:
-Por cierto que hemos tenido una gran contrariedad; invitados a un
matrimonio, estuvimos en él, y luego en el banquete de bodas; al volver
mi mujer a casa, notó la falta de una sortija de gran valor, que sus padres
le habían regalado cuando nos casamos; ella, creía que se la habían robado,
pero, el estuche abierto sobre la mesa, nos hizo creer que tal vez se la había
puesto, y, la había perdido en el camino; yo, sostuve esa tesis, porque ya
se empezaban a sembrar sospechas; la camarera es insospechable y, fué
detrás de nosotros para presenciar la fiesta; a este despacho no ha entrado
nadie… sino usted, que vino un momento, según dijo un empleado; así,
la hipótesis de la pérdida, es la única aceptable; y, a ese respecto, hemos
puesto un aviso.
Sabina, temblaba de los pies a la cabeza y hacía esfuerzos visibles para
dominar su turbación;
al abogado, criminalista meritísimo, habituado a los dramas de los tribunales
y, experto en la psicología de los delincuentes, no pasó desapercibida la
exaltación de la joven, y, feliz de haber obtenido una certidumbre íntima,
dijo como para despistarla y, tranquilizarla:
-Pero, no se alarme usted; usted es insospechable; y, además, una sortija…
¡
bah !… no hay ninguna digna de adornar esos dedos admirables, hechos
para algo más que para mover el teclado de una máquina; cuántos conozco
yo, que se darían por felices, cubriendo de brillantes esos dedos…
y, le dirigió una larga mirada, atrevida y apasionada.
Sabina, se hizo seria, guardó silencio, y se inclinó sobre su máquina de
escribir;
cuando la hora habitual hubo sonado, abandonó el Despacho, torturada,
desfallecida, llena de un miedo enorme cual si ya sintiese sobre su hombro
la mano del polizonte que había de detenerla y, sobre su cabeza, el peso
de la Justicia que había de anonadarla…
Noche de angustia y soledad;
doña Zoila operada tardíamente, se moría;
la operación, practicada muy tarde, no había logrado salvarla, porque la
gangrena había ya invadido el organismo;
el Gran Cirujano, se había retirado, diciendo que no tenía nada que hacer;
un practicante aplica cava inyecciones a la enferma, para hacer más suave
la agonía;
una enfermera velaba cerca del lecho de la moribunda;
y, de rodillas ante el lecho de su madre, Sabina sollozaba;
de súbito doña Zoila se incorporó lentamente, su rostro que era ya como
el rostro de un muerto, tenía la palidez de un cirio extinto en las tinieblas,
sus ojos se abrieron desmesuradamente y su voz angustiada gritó:
-¡
Mi hija ! ; ¡
mi hija ! ; se llevan a mi hija…
¿
quienes son esos hombres que se llevan a mi hija ?… ¡
quitádsela !
¡
quitádsela ! ¿
a dónde llevan a mi hija ?…
y, así diciendo, la anciana cayó rudamente sobre el lecho;
había muerto.
Caía la tarde;
una tarde otoñal, cuya magnifical tristeza, mordoraba armoniosamente el
horizonte hialoideo de los cielos de Noviembre;
los árboles, despojados de hojas, parecían Híadas de oricalco, en la
diafanidad de los cielos ajados como por una gran sensación de duelo;
una bruma muy sutil, se extendía sobre las calles tumultuosas y las avenidas
solemnes dando a los edificios un aspecto inconsistente de miraje;
el cortejo fúnebre que salió de la Clínica, tras el humilde Carro de los Pobres,
llevando el cadáver de doña Zoila, y que se componía exclusivamente de
su hija, la portera de su casa y un criado del establecimiento, después de haber
agotado la calle trasversal, desembocó en el Gran Paseo, y descendió lento
por él, como una lastimosa exhibición de miseria y de dolor;
los pasantes se descubrían respetuosos, ante el féretro tan escasamente
acompañado, y miradas de compasión caían sobre la huérfana,
cuya prodigiosa belleza no alcanzaban a ocultar los largos velos del tocado;
poco antes de llegar a la gran Plaza Central, la concurrencia en las avenidas
laterales, se hacia más elegante y más nutrida;
arrellenadas en sendos sillones, damas de refinada elegacia y aristocratismo
cosmopolita, platicaban con apuestos caballeros, en corros decidores y
galantes;
la vista del cortejo fúnebre, les impuso respeto;
cesaron de hablar y de reír.
las damas se hicieron serias y se inclinaron reverentes ante la Muerte,
que pasaba tan cerca de ellas;
algunas musitaron una oración;
los caballeros se descubrieron.
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