Sunday, July 22, 2012

Renán

Su Evangelismo


Tu,  Sacerdos  in  æternum.
esas  palabras, que el Obispo deja caer, como un óleo de fuego,
sobre las cabazas tonsuradas, de aquellos que ordena para Pastores
de su Iglesia, los quema como un hierro en la frente,  y, les deforma
para siempre el alma;
de todos los tatuajes, la tonsura, es la que tiene mayor perennidad  de
Inri;
el sacerdocio, es un virus, que como el de la prostitución, no se elimina
nunca; es una deformación, una jibosidad espiritual, que no desaparece
jamás;
el que ha sido sacerdote, lo es siempre;
aun en el momento de abofetear la Iglesia, tiene conciencia de que su
mano ha sido consacrada por ella;
Ernesto Renán, fué una prueba de eso;
oleoso, untuoso, amable y grave, como una vieja Abadesa, sus gestos
no perdieron nunca, la pompa arcauca de los gestos sacerdotales;
aquellas, que la Iglesia llamó sus herejías, tuvieron todas, una forma
de Plegaria;
y, cuando demolió los dogmas, hizo siempre el gesto de bendecirlos;
la nube de azufre, que al docto decir, de monjas y de beatas, envuelven
a Luzbel,  y, a todos sus hijos los herejes, era en Renán, un perfume de
incienso, que un monaguillo invisible, parecía quemar detrás de él,   y,
las penumbras del tiempo, nimbaban siempre su cabeza prioral,  aun
bajo las cúpulas del Instituto, o la Sorbona;
salido del Convento, no salió nunca del sacerdocio;
escapado de la Iglesia, no supo escapar de la Religión;
la falsa mansedumbre,  y, el gesto apostólico del Sacerdote,
lo acompañaron siempre, aun repartiendo las manzanas de la Herejía,
con su equívoca sonrisa de Arcipreste;
del Sacerdote, sólo le faltó la violencia;  y, tuvo el orgullo oculto de
aquel, que por no humilar, sonríe; 
y, él sonreía, con la bonhomía de un viejo confesor, fatigado de absorver;
el gesto de perdonar, le fué habitual;
cuando abandonó el templo, dejó en él, los rayos eclesiásticos que castigan,
y, no sacó, sino el hisopo,  y, con  él, hacía el ademán de bendecir y perfu-
mar las almas, con la esencia extraída de las  demás bellas rosas de jericó,
y, de los nardos ungientes de los jardines de Arabia;
inaginaos a Marco Aurelio, hecho Escolapio, o Salesiano,  y,  salido del
convento adoctrinando niños, en un camino de Judea, entre los cenderos
verdes,  y, los limoneros florecidos, que la amatista de la tarde envuelve en
el candor de sus viocencias,  y, tendréis una idea de este Sofista, amable  y
terso, lleno de bellezas y profundidades;  el más bello y seductor espíritu,
que haya vivido entre los hombres, dado la apostolado, de la Negación,  y,
de la Sonrisa;
iconoclasta tierno, que amortajaba con respeto, los ídolos que volcaba,  y,
sabía cerrar con un beso de amor, los ojos de los dioses, que morían  bajo
su mano;
cuando  él, se encontró el fantasma blanco de Jesús, en los senderos  de
Galilea,  hacía ya  mucho  tiempo,  que  el  pobre  Nazareno,  había  sido
arrojado del cielo, por las violaciones de Strauss, menos crueles, que  las
sonrisas de  Voltaire;
y, Renán, consoló al dios proscripto, en vez de ultrajarlo;
fué una nueva  Verónica, que copió el rostro del Mártir, ya sin aureolas
divinas;
y,  compuso ese Poema, del destierro de un dios, que se llama: « La Vida
de Jesús »;
poema inmortal, que parece escrito con zumo de lirios y rayos de estrellas,
por la mano blanca de una  Abadesa tierna, que llora, al escribirlo;
creyente primero,  Sabio después;  nunca en el  Sabio,  murió el creyente;
aquellas manos de  Abad,  no se extendían para demoler, sino en el  gesto
untuoso de bendecir;
ondeante y contradictorio, sus palabras se pierden a veces,  sin explicarse
en las lontananzas historicas que describe;
desconcertante,  a causa de su limpidez, como una  Vía  Láctea  que  se
esfuma lentamente, en la pomposa soledad de un cielo muy remoto;
embriagante, como el perfume de una selva  Hindú, al caer la tarde;
un bello río figitivo entre meandros, mostrando a veces al Sol, la escama
luminosa de sus olas,  y,  perdiéndose  luego en el  silencio de  la selva
profunda, donde se oye apenas el rumor de su corriente;
más que un conductor, fué un reflector de las ideas cambiantes, móviles,
inciertas de la época epicúrea y sabia, en que le tocó vivir;
fué como un lago, en el cual se reflejaran, todas las estrellas de un cielo
turbado,  y, sobre el cual, la tormenta dejó la última púrpura de su paso;
fué el espejo,  y, no el Sol, del pensamiento de sus días;
no modeló la imagen de su tiempo; la devolvió intacta; luminosa, incierta,
triste, agobiada por la nostalgia de la  Fe;  sin fuerza para destruir,  y,  sin
fuerza para crear, habiendo dejado de creer, y, no queriendo aún renunciar
a  sus creencias;  llevando el Pasado,  como un cadáver sobre su corazón,
sin valor de darlo en pasto,  a los lobos del porvenir;  conformándose con
herir al  Cristo, sin atreverse a destronar a  Dios; permaneciendo religioso,
a  pesar de ser hereje,  renunciando así  a  la  Verdad,  por el  temor  de
renunciar a la  Quimera;
época,  inconsistente  y  crepuscular,  vaga y dolorosa,  prisionera de los
dioses, como todas las épocas de  Incertidumbre;
Renán, no tuvo la burla de  Voltaire, ni la elocuencia de  Rousseau,  pero
fué superior  a  ellos,  por la elegancia,  el encanto,  lleno  de  placidez
suntuosa,  y, extrañas morbosidades;
en aquel estilo, nada es fuerte,  y,  todo es bello, como en el alma de aquel
que lo escribió;
su fe, se desgarró sin dolores, como el himen de una virgen, desflorada por
sí misma;
como no dejó nunca de ser religioso, no sufrió las interperies de aquel, que
habiendo perdido la  Fe, vacila antes de orientarse por entre  los huracanes
de la  Impiedad;
él, abandonó el templo, pero llevando con sigo a  Dios,  para elegirle otro,
en su corazón;
no dejó entre los muros de San Sulpicio, sino su sotana; todo lo demás del
sacerdocio lo llevó consigo;  y,  fué un jesuita laico,  iluminado  y amable,
que hizo de la sonrisa un escudo, y, se encargó de bajar al Cristo del cielo,
con más piedad, que  José, el de  Arimatea, lo había bajado de la cruz;
todos los bálsamos aromados de su estilo, oliente a cinamomo, le sirvieron
de sudario, y  lloró sobre él;
el deber de mentir, es un deber de sacerdote;
él,  arrojó a las fauces de la Impiedad, su corazón, pero, no le arrojó nunca
su  Razón; ella se adhirió siempre a un vago fantasma de Divinidad, que coronó
con todas las rosas orientales de su fantasía;
católico, durante tres semanas, filósofo, retórico, y sofista, el resto de su vida,
quedó siendo el espíritu más amable,  más suavemente  Luminoso,  y  más
tristemente incierto, de cuantos se encargaron de ilustrar y acariciar el alma
inquieta y tormentosa de su tiempo;
en cambio, él, no tuvo tormentas, fué como uno de esos largos galileos, que
pinta en sus paisajes históricos,  y  que yacen dormidos en un seno de montañas,
como un niño en el seno de su madre, copiando en su serenidad, las purezas  del
cielo desierto, como las  pupilas extáticas de una monja,  copoando el  cuerpo
desnudo del Nazareno que adoran;
como todas las almas religiosas, tuvo en su juventud, necesidad de una adoración,
y  amó la Ciencia, y, la amó con el amor ardiente de un novicio exclaustrado, que
por primera vez,  abraza un cuerpo de mujer,  y,  como quien canta  su  primera
canción de Amor, escribió su  Avenir de la  Science;  en donde como un ritornelo
invariable, suena el mismo adagio filosófico,  que enloqueció luego a  Nietzsche,
« El  Eterno  Progreso »;   Moisés queda atrás con sus bárbaras teogonías;  Jesús
palidece,  y,  se borra en el horizonte,  con su cesta  de parábolas  evangélicas,
hechas ya rosas sin fragancia; el cielo de Lamarke, esplende, y,bajo sus claridades
inexorables, el mono de  Darwin, aparece en las selvas de la  Prehistoria;
él, volvió ya en la vejez, contra ese libro, como  Litré, contra su Positivismo,  y
Chateaubriand, contra su « Ensayo   Histórico »,  pero no lo demolió, se confomó
con sonreirle;  y ese libro queda, como el más leal de todos los suyos, porque fué
el  único en que tuvo pasión;
después de ese libro,  Renán, no afirmó ya;  dudó siempre;
dudó de la Ciencia, que era su  ídolo;  dudó de  Dios;  dudó de la Libertad;  dudó
del  Progreso;  dudó de él mismo;
indagar, no realizar,  fué su divisa;
¿ y el  Ideal ?
un dios doméstico;  un dios de uso personal, que cada uno inventa y realiza  a su
manera;
dejó de afirmar,  y,  se puso a soñar;
y  tuvo los sueños de un  Platón, que se hubiese fundido en  Epicuro;
el  Profeta, murió en él, como una águila flechada, por un Sileno reidor, y el Poeta
se alzó del  fondo de su corazón, como una alondra, sobre todos los horizontes,
cantando al  Sol paradojas de la  Esperanza;
y,  fué el  Poeta de la  Exégesis;  como  Michelet, fué el  Poeta de la  Historia;
un  Poeta, que tenía la pasión de embellecer sus quimeras, sin creer en ellas, y las
acariciaba con un gran amor, porque las sabía frágiles,  y sabía que en su corazón
otras quimeras sucederían a ellas, como unas rosas,  suceden a otras rosas  en  el
seno de un jardín,  y unas nubes, suceden a otras nubes, en el espacio vasto de los
cielos;
no fué un filósofo, en el sentido estrecho de la palabra, porque la arrogancia
dogmática,  fué extraña, a  la amabilidad de su pensamiento,  hecho todo de
elegantes ductilidades,   y,  suaves negaciones;
su gran placer, su gran delectación fueron siempre sondear en lo infinito;
la  Verdad unilateral, le parecía odiosa;
para ser bella a sus ojos, debía ser matizada;
aquel pescador en el  Misterio, no amaba sino los peces muy delicados,
de escamas multicolores, que caían en su red; los demás los volvía al mar
tenebroso;
los tiburones, le asustaban,  y habría muerto de miedo, si uno solo, hubiese
mordido el cebo de su anzuelo;
creador de hipótesis, gustaba de prolongarlas indefinidamente, y, enviarlas lejos
de sí, como quien coloca naves de papel, sobre las ondas de un río;...  y,
esperaba que le volviesen transformadas en verdades;...  por aquellos del « Eterno
Progreso »,  que le fué siempre tan amado;
las naves no volvían,  y  él, era feliz de eso, porque odiaba toda realidad;
él,  sabía, que la  Verdad, empequeñece la  Vida;  y que toda  Realidad, nubla el
cielo;
el  cómo,  de las cosas, era todo para él;
el  por qué,  de las cosas, le era casi indiferente; 
¿ es que la  Naturaleza, nos lo revela ?
las soluciones de las religiones, son quimeras convencionales;
las filosofías, sistemas personales;
toda idea, un juego de emociones;
el mundo, está en nosotros;
decir  Verdad metafísica, es  decir dos errores ayuntados;
afirmar,  es  errar.














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