Los follajes taciturnos de su alma, cubrían de tal manera los jardines íntimos de su
meditación, que apenas se le veía bajo ellos, soñador exangüe, morir en brazos de
sus sueños, coronados de rosas;
no habla, si no se habla, en voz muy baja; dialoga con su propio corazón, y sus
palabras borbonean, como abejas enamoradas, sobre un prado de jacintos;
y, se ve, que un cielo interior, lleno de maravillas, presencia el vuelo de esas imágines
suaves, como el de una bandada de ánades, trazando curvas de ámbar en el topacio de
la tarde pálida;
soñador crepuscular y tímido, atravesó el mar de sus quimeras, en el esquife de ópalo
del Silencio, y al suave esfuerzo de sus remos;
se poblaban de perlas las riberas;
creía en Dios, con la pasión atribulada, del que tiene miedo de perder, el único
compañero de su Soledad;
y, para aliviar su corazón inquieto, ponía en él, el bálsamo de la plegaria, y lo ungía
muellemente con sus manos dolorosas y graves;
el árido mal del Enojo, devoró su vida, y fué como un tábano prendido al corazón de
una flor;
sentía subir las grandes olas del deseo, del fondo de su corazón, y los gritos de Job,
salían de él; un Job, vencido, que ocultaba su lepra bajo el manto de oro de las mar-
garitas en flor;
en una vida tan estéril, como la suya, la fuente de los recuerdos no murmura, y esa
canción hace falta a ese jardín en duelo;
tampoco, canta el amor, en su prado sin ternuras;
fué que no se conmovió nunca, ante la arcilla luminosa y extática, que es el cuerpo
de una mujer ?
sin embargo, la llama ardía en su corazón, atormentado, y por eso estuvo privado
de ese gesto de los dioses, que se llama la absoluta Serenidad;
las tormentas, de su ascetismo, se disolvieron en éxtasis, y lloró sobre su corazón,
que no pudo hacer florecer jamás;
tenía conciencia de haber faltado a su Destino, y eso lo torturaba; y decía: «
yo
acabaré en la arena, como el Rhin; mi pequeño hilo de agua desaparecerá sin ruido»;
y, gemía: «
¡ tantas promesas, para tan pequeño resultado! »
¿
no sentís, en este grito sollozar toda una vida fracasada?
¿
no soñó
nunca con la gloria ?
sí
; como todo Poeta;
y, ¿
por qué
no realizó
su sueño?
porque fué
incapaz de todo esfuerzo;
la incapacidad de la acción: tal fué
su mal;
la intraducción de Sí Miamo: tal fue su angustia;
la lucha entre su potencial de Ideación y su impotencia de Acción: tal fué su vida;
y, la de este mutilado del Esfuerso, fué de un trágico mudo, espantoso;
una tragedia, sin peripecias, lentamente insonora; la lucha de una alma contra la
impotencia de actuar;
vida, monótona en su Dolor, como el coro de un teatro griego;
pero esa su monotonía asoladora, no careció de grandeza y de profundidad,
como un lago muy hondo, perdido en las montañas;
Poeta, su musa no le dio magnas alturas, sino para inmortalizar su vencimiento;
solitario que devoró su Soledad, y fue devorado por ella, no escribió su «
Diario »
sino para dejar al mundo el boletín de sus derrotas;
faltaron tempestades a su Vida; por eso le faltó grandeza;
ignoró el tríunfo;
pero ¿ cómo triunfar, si no luchó ?
el laurel es amargo;
y, esa amargura le faltó a sus labios;
y, fué inconsolable, de no tener esa amargura;
todos sus combates, fueron dentro de Sí Mismo;
en la penumbra de Sueño y Vida, que fué, toda la historia de su alma,
se reservó para un porvenir, que según su propia expresión «
no vino nunca »
extatificado en el Ensueño, no supo fecundar, sino el rosal de su Melancolía;
y, avoyando su vejez sobre su Soledad, como un pájaro, en un junco florecido,
se envolvió en su duelo, y murió sobre él;
la fascinación, que nos viene de la obra de Amiel, radica toda, en su enorme
poder de irradiación y de atracción;
y, más que todo, en su tristeza, esa tristeza bella y seductora como unos ojos de
mujer;
¿quién de nosotros no ha vivido un momento la Vida interior de Amiel?
¿ no hay en aquella alma, fluctuante y tenebrosa, muchos átomos del alma nuestra?
todos nos hemos detenido, siquiera sea un minuto, a la orilla del mismo Misterio;
todos hemos besado un día los labios mudos de la Efinge;
y, cuantos de nosotros, no hemos sentido que nuestra vida, como la de Amiel,
se hace esteril a causa del Amor al Ideal?;
el contagio de Amiel, como el de Hamlet, está en nosotros;
y, en el lago tenebroso de sus infinitas melancolías, ¿ quién no ha visto flotar
su propía Imagen ?...
Tal vez, el más perfecto paragón de Amiel, sería con Sully Prudhomme;
era como él, armomioso y preciso;
tenia el gusto de la plasticidad verbal, y los escrúpulos leales de los que no han
llegado a la libertad del Genio; ese profundo y doloroso escrúpulo, que les viene
de la impotencia de toda violación, por exceso de respeto al Ideal;
eran dos sensibilidades enfermizas, tan semejantes entre sí, que les leéis acotándolos
«
los Grains de Mil »
o «
El Pensador »
de Amiel, y las «
Vaines Tendresses »
,
de Sully, os veréis obligados a confesar el más estrecho parentesco espiritual,
la más amorosa fraternidad de las almas, entre esos dos seres, poseídos de la misma
debilidad moral, que los hizo inútiles, para todo esfuerzo heroico;
la misma sensibilidad morbosa, aguijoneada por la sed de la especulación filosófica;
el mismo don del análisis;
buzos incansables, descendiendo eternamente al fondo de su propia alma;
Sísifo infatigables, subiendo y bajando a los abismos de su corazón, cargados
siempre con su misma pena;
porque Amiel, fué eso, el disecador constante, de sus sensaciones, el contemplador
extático de su emotividad, oyendo las límpidas fuentes interiores, que manaban de
lo más hondo de su corazón;
esa sensibilidad de la conciencia que le impedía la serenidad olímpica, lo hacía
refugiarse en esa zona neutra, que se llama la resignación;
playa de esclavos, tan lejos de las playas de consuelo, como de las de la desesperación;
su corazón, era como un cristal sonoro, de una engañosa fragilidad; cualquier soplo
bastaba a obscurecerlo, pero nada lo rompía;
buscaba la calma en el seno de la Naturaleza, porque no la halló nunca dentro de su
propio seno;los paisajes tentadores de las cosas espirituales, lo obsesionaban, y las calmas
acariciadoras de ultratumba, no alcanzaban a serenar su corazón inquieto, ante los huracanes
del Misterio, y empeñado en ver mundos subsecuentes más allá de horizonte final de los
sepulcros;
su claustración fría, amablemente desdeñosa, su amor a las abstracciones metafísicas,
lo hicieron inhábil para todo lo que no fuera mirar en el abismo misterioso del
corazón, y seguir el vuelo de sus sueños, en horizontes donde sobre el ritmo
blanco de las ideas, las lagrimas hacían un arcoíris de Esperanza;
y, dispersó su alma, en las borrascas que pasaban a lo lejos;
su grande alma, que tuvo la consistencia rítmica, de un dogma musical;
no tuvo la gloria; pero tuvo la prueba a que el Destino somete los grandes
inmortales: el aislamiento;
esos seres, son como las alondras, anuncian el Sol, pero no saben cantar ante él;
su resplandor, las hace enmudecer;
debemos compadecer esta existencia triste, grave y calmada, que no tuvo las energías
divinas del Amor, que no sufrió los espasmos convulsivos de la pasión, y, que uyendo
las borrascas del mundo, agonizó y murió sola clavada en la cruz de su Ideal?
bástanos amar esa alma que palpita en sus libros, como un corazón roto que solloza
aún, y triste como él, de la locura de vivir, abramos los ojos sobre las desiertas vías,
que recorrió este solitario extraño, que ocultó su dolor como una virginidad;
y, oigamos en el fondo del nuestro, llorar su corazón.
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