Wednesday, August 8, 2012
Amiel
La Soledad
Y, he ahí, que es augusta la Soledad, como la angustia de los grandes crepúsculos,
y la tristeza de los grises caminos en la Noche;
el profundo valle, bajo el cielo desnudo, lleno de una blanca luz de aurora;
los cárabos, no se orientan hacia la cima luminosa;
sólo las águilas dirigen a ella violentamente el vuelo rectangular;
el Solitario, desarmado, de sus cóleras, traicionado por sus pasiones, entra como
un león vencido en la Soledad;¡ ay de aquel que no halló el camino de la soledad !
ese no hallará nunca el camino de su Libertad;
la Soledad, guarda todo el olvido del Pasado, todo el encanto del Presente, y todo
el misterio del Porvenir;
entrar en la Soledad, es alzar su tienda, en los mismos desiertos de la aurora, a la
sombra de las alas de los astros, bajo el beso nupcial de las estrellas;
en el mismo rayo del Sol, prender su corazón;
en la Soledad, la vibración voluptuosa de la luz, os llena de pródigas fecundidades;
el éter amable, resplandece del encanto de vuestro Pensamiento;
las formas suaves de las nubes y de las ondas, acarician vuestras Ideas, y les dan
forma de aves, de soles, y, de flores;
la Esperanza, ese corcel alado de la Fantasía, queda atado a un tallo de lotus,
en esos como jardines de Armida;
el Recuerdo, ese mutilador del vuelo, yace opiatizado con un perfume de geranios;
y, la Ambición, el Hipocrifo funesto, se ha hecho un gran cisne cándido,
que prisionero en el lago del Olvido, arrastra la blancura de sus sueños,
como un sudario, y se mira en las olas quietas, que retratan su inmóvil esterilidad;
la Vida, se hace entonces la medida de nuestra Impotencia, y el Deseo, pierde
el poder de atormentarla;
sagrado es el retiro, de esos muertos que aun hablan, y, en la miel de cuya boca,
liban los pájaros del Ensueño, en cuyas alas zumban, todas las melodías del Sol;
las ondas luminosas de sus sueños, van en la noche descabellada, como una
sinfonía de estrellas;
deslumbrando por el resplandor de sus soles interiores, ebrio con el perfume
de los rosales, que se han abierto en su corazón, el Solitario, goza en arrancarse,
uno a uno, los dardos de los antiguos combates, clavados en sus flancos, y ve,
que la sangre ha dejado de correr, y, el Dolor lo ha abandonado;
busca las lágrimas en sus ojos, y ve que el Sol de la Serenidad, secó las
fuentes del cobarde llanto;
los suspiros, que antes agitaban su pecho, ¿ dónde están ? han muerto,
como las melodías del céfiro, en las ramas desnudas de los árboles;
los viejos Sauces del Consuelo, ya no inclinan sus copas murmuradoras,
sobre él;¿ para qué, si el supremo consuelo de la soledad, llenó su corazón de las
calmas austeras, que no tienen poniente ni confines ?
en las sombras demasiado lejanas de la Vida, los recuerdos cantan la canción
de los dolores vencidos;
y, el Solitario, apenas si los oye; todo eco murió en su corazón;
y, su corazón también;
yace amortajado, bajo los largos velos púdicos del Silencio, y del Olvido;
y, ya no vive, sino para su nuevo amante, la Soledad, tan serena y tan tierna,
tan melancólicamente bella, como una rosa ajada por el Sol;
una ventura sin alarmas, corona el epitalamio de ese Amor prodigioso
y soberbio, que no llora como los otros amores, que no gime, que no
implora, pero en cuyos labios, el oriente de la risa, no dibuja el juego
de sus nubes escarlatas;
cerrados los ojos a los paisajes del mundo exterior, el Solitario,
vive de la contemplación armoniosa de su propio corazón, y, en las aguas
quietas del silencio, contempla la imagen de su propio Yo, reflejarse engrandecida
en el espejo taciturno, en medio de los lises rígidos del Orgullo, teniendo sobre su
seno una águila domada;
en ese Abismo, lento, se deslizan apenas los humanos ruidos, agitando las ondas
del Enojo, que cubren la tumba de tantas cosas, sepultadas bajo el movible lago
de aquella Soledad;
domador de los mundos, fuerte para engendrar generaciones de dioses, el Solitario
ama sin amor, y engendra sin deseo, porque el soplo boreal de la Verdad, desgarró
ante sus ojos, las entrañas pútridas, donde la Vida nace, y sus ojos se hastiaron del
asqueroso hormigueamiento de los seres;
sobre la cima, de la Serena Contemplación, ante la sombra fugitiva, que rueda bajo
sus pies, éste amante de la Noche, sueña sobre las ruinas venturosas de su corazón,
que no sienten ya, la necesidad de las caricias, y, ha muerto para la vergonzosa
mendicidad de los besos;
la Soledad, única dispensatriz de caricias sin bajezas, lo ha adormecido con las
suyas, y sus labios sin lujurias, mataron en los suyos la torpe Sed de los ajenos
ósculos;
y despojados del amor, el Solitario entra libre en el mundo del vuelo, dejando
atrás la Vida, como una crisálida en pedazos;
libre, como los astros, y como los vientos;
la dulce y clemente Soledad, corona de sonrisas su frente y hace nacer un astro
en cada punto, de su horizonte, donde antes nacía un deseo;
y, en la majestuosa claridad de su Amor, el Infinito no tiene ya fronteras, para
sus sueños, y, le entrega toda la virginidad de su praderas;
el torbellino de los huracanes, que hace temblar la frente, de los más altos montes,
pasa a sus pies, como un tapiz de nubes vencidas, que ha de acariciar sus plantas...
tan alto, así está en la serenidad de sus esferas;
los flancos de la Vida, se han hecho estériles, ante su ojos, después de haberle dado,
la maravilla de sus más altas creaciones;
lejos de las odiosas batallas de los hombres, las muecas repugnantes de la ambición,
no tienen ya eco; en su alma divinizada, llena de suprema alegría de su Obra;
la Obra, de haber matado en Sí, toda pasión que no sea la de la Soledad;
vencedor en su abrazo supremo, a la diosa intangible, ya no tiene otro afán que
poseerla, sin otro culto, que ese culto inmortal de la Belleza;
todo fué demolido por su mano, para alzar este gran templo de su nuevo amor;
para eso desertó del mundo, y entró a la sombría selva, donde hizo a los nuevos
diose, el sacrificio de su corazón;
para eso, castró su alma, haciéndola ajena a todo deseo, que no fuese el de
la contemplación y el de la Meditación, las dos águilas de oro, que hacen un
casco guerrero, sobre la frente de la Belleza, dormida como un niño, en el seno
de su madre; la Soledad;
la Soledad, cuyos brazos sin turbaciones, cuyos ojos sin rencores, cuyo corazón
sin angustia, se le ofrecieron como un refugio, y lo poseyeron como un amor;
las rosas áureas de una tarde que no tuvo poniente, lo vieron entrar en la Soledad;
y, él, astro-humano entró en su plenitud.
Y, Henri Frédéric Amiel, fué eso: el Solitario;
el Enigma Meditativo, en el bosque taciturno;
la fuente del Encanto, brota de su corazón desolado, y llega hasta nosotros,
después de haber retratado el silencio, estupefacto de sus grandes paisajes
interiores, lleno de una majestad druídica, oscurecidos por las alas de Dios,
que pesa sobre ellos, con una pesadumbre de Fatalidad;
porque a causa de eso, Amiel, no fué el Solitario Absoluto, el Solitario
Perfecto, porque se empeñó en tener el fantasma de Dios, por compañero;
y, por eso, su fastuosa soledad, tan llena de maravillas psíquicas, y de suntuosas
decoraciones mentales, se asemejó mucho al estercolero reverberante de Idumea;
pero, Amiel, más resignado que Job, no interrogaba a Dios, no osaba mirar frente
a frente, el terrible fantasma que se había creado, y, hacía el gesto de besar con
tristeza, la mano que le hería;
todo culto envilece;
y, el de la Divinidad, prostituye;« no hay sino una cosa necesaria, dijo Amiel,
y es poseer a Dios »
y, a ese aforismo consagró su Vida;
todas las cosas, pasaron ante sus ojos, entenebrecidas por la visión fatídica de Dios;
¿ de dónde pues, viene el encanto de Amiel ?
¿ de su religiosidad ?
no; esa es su enfermedad;
su encanto, viene de su Sinceridad; viene de la Tristeza tenebrosa y dolorosa que
llenó su corazón; y, que él vertió sobre el mundo, cómo una ánfora de lágrimas,
impregnadas del perfume, que les dieron las cinamomos de la Meditación y los
rosales del Ensueño, cuando pasaron bajo ellos, retratando sus ramajes;
viene de ese coro de armonías interiores, que pasa por los pasajes de su alma
solitaria, haciendo cantar los lirios adolescentes, y los nenúfares, hospitalizados
en la vaga quietud de las lagunas;
viene de esos éxtasis visionarios, de esos diálogos íntimos, que pasan por sobre
todas las cimas, y hacen sonreír todos los cielos…
viene, de su diafanidad espiritual, que parece una trasfusión, una dilución de su
alma en la luz…
Amiel, fué un Pascal, sin tempestades, un Rousseau, sin lascivas, un Leopardi,
sin amarguras;
ni estos grandes prácticos de la Soledad, ni los grandes teóricos de ella, como
Chateaubriand, o Senencour, dieron nada a sus meditaciones;
solo Leopardi, le fué superior en su « Zibaldone » porque aquel solitario, erudito y
rencoroso, escribía sus angustias para Sí Mismo, sin temor de ver retratado sobre el
lago de sus auto-confesiones, el rostro indiscreto de la Posteridad;
la fascinación tenebrosa de Leopardi, es superior a la suave y dulce fascinación de
Amiel, porque del « Zibaldoni » de Leopardi, están ausente Dios, y el Hombre,
mientras ellos llenan todo el « Diario » de Amiel;
Leopardi, no escribía en presencia de Dios, ni para ser leído por los hombres,
porque sus notas, no estaban destinadas a la divinidad, ni a la publicidad; él,
no desnudaba su alma antes los otros, como no habría desnudado su pobre cuerpo
deforme del cual sentía vergüenza;
Amiel, escribía, como una cosa « agradable a Dios » y para « vivir la vida eterna »
que es el fin y la felicidad suprema, del filólsofo, del artista y del santo;
y, Amiel, creía en la Posteridad, y apelaba a ella, como el Supremo Tribunal,
que había de casar la Sentencia, del Olvido, a que lo condenaron sus contemporáneos;
se le ha comparado con frecuencia a Maurice de Guerin;
yo, no encuentro de común entre ellos, sino el lado de diletantes; el uno de la Poesía, y
el otro de la Filosofía;
porque eso fué Amiel en todo: un diletante;
Amiel, fué el virtuoso de la Melancolía, el músico exquisito de la Soledad, el trovador
del Misterio;
antes que él Oberman, Maine de Birán, Juan Jacobo, y René, habían cultivado esta
zona triste de la auto-contemplación, tan llena de prestigios, y, de peligros;
pero, nadie antes que él, ni aun después de él, ha sabido dar, a este vago e indefinible
ensueño, un tan irresistible encanto, y, una tan rara fascinación;
él, no inventó como Chateaubriand, « una nueva manera de ser triste » y antes bien,
hizo de la suya, la más trágica, la más honda, la más bella manera de auto-visión,
melancólica, que hayan visto los hombres;
aquel « verse vivir» , de que habló Heráclito, ¿ quién con más amor lo practicó,
que este Benedictino laico, dado al cultivo de sus jardines interiores ?
fué, el Kempis, de su propia Soledad, y toda la Biblia de la Meditación,
reside en él ¿fué un Poeta ?
su estilo de suaves ondulaciones, como de colinas muy lejanas, vistas en el crepúsculo;
los horizontes de su visión, límpidos en su tristeza luminosa, como alumbrados por un
Sol de Otoño, que envolviera los campos todos, en una lluvia de oro;
la pureza diáfana de su pensamiento, desflorando el Silencio, con un temblor de ala;
su voz, de fuente glauca, corriendo en las soledades taciturnas, privadas de todas
sonoridades;
las prosas de su dialéctica, como nimbadas de un ámbar fluido, abriéndose en el fondo
turbado de una decoración de ensueños;
la calma florescente de su paisajes, anímicos, con livideces metálicas, de aguas fuertes,
vivas aún sobre la plancha; acremente impresionistas;
la consoladora, música de sus palabras, llenas sin embargo de una armonía desesperada,
por la cual pasa el soplo de un vértigo trágico, todo hace de él un Poeta;
el Poeta de la Soledad;
lo que llamó Nerval, el negro sol, de la Melancolía, proyectó en su horizonte los
rayos azafranados de su alucinación;
los contornos subtiles del Ensueño lo encantaban, y se complacía, en mirarlos,
en acariciarlos, con una voluptuosidad de sibarita; con la más peligrosa, y la más
vehemente de las voluptuosidades; la Voluptuosidad Intelectual.
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