Sus Cartas
Cuando, un grande escritor, cargado de años y de gloria, desciende al sepulcro,
como desaparece un Sol suntuoso, en el incienso de oro del Crepúsculo;
un vasto silencio, piadoso, que se diría ferviente, se hace en torno de él, como si
la Envidia y el Odio, adormecidos por el Perfume de Gloria, que sube de esa tumba,
yaciesen inertes, inmóviles las voraces mandíbulas y mudas las gargantas, para el
aullar siniestro;
y, no son ellos, quienes rompen el silencio de ese suave sueño sin voluptuosidades,
que es la Muerte;
es el tropel gozoso de los apologistas, el que cae sobre esa tumba, como una nube
de langostas, sobre los jardines pacíficos que duermen bajo los cielos;
no se trata ya de las canonizaciones oficiales que llenan los jardines y los malecones,
de malas estatuas, estorbosas, veras efigies de seres insignificantes, merced a lo cual,
no hay farmacista anónimo, falso filántropo ruidoso, o flebotomiano rural, que no
alcance el beneficio de legar a los pósteros la imagen de su Vanidad, alzada sobre
un zócalo;
las Municipalidades, y los Gobiernos, son incansables, en eso de decretar bustos y
estatuas;
y, no hay gloria municipal, o burócrata arcaico, a quien no se decrete la inmortalidad,
en cualquiera forma calcárea, o molde de zinc barato;
y, el gesto enfático, bajo el cielo, tendiendo su mano, cual si pretendiesen aún, violar
una urna, en su graciosa majestad de ídolos de terra-cotta;
eso encanta, a los herederos de los filántropos, drogueristas, y veterinarios, estatuificados,
pero entristece enormemente al Arte Escultural, que estaba habituado, a ver en el mármol,
la carne de los dioses; e indigna enormemente a la Gloria, que había hecho del bronce,
la arcilla divina, para modelar el busto de los héroes;
no es de esa profanación necrófoba, que yo quiero hablar;
hablo de esa neo-manía chacalesca, que viene a husmear en las tumbas, ozando en ellas,
para dispersar al viento los más íntimos secretos de un corazón que debía ser sagrado,
en sus sueños sin vibraciones;
hablo, de esa delación póstuma y cobarde de los secretos de un hombre que no puede ya
defenderse, ni contradecir, ni explicar la verdad de su pensamiento mutilado;
hablo de las publicación de la «
Correspondencia »
de los grandes hombres desaparecidos;
¿quién viviendo ellos, habría osado publicar esos secretos?
¿
por qué muertos ellos, se adquiere ese derecho, para enriquecer herederos ávidos,
editores sin escrúpulos, o amigos indelicados, que venden las confidencias de un vivo?
el billete perfumado, que escribisteis, a un ser muy querido, y, que parece guardar aún,
el perfume exquisito y raro, de una bella mano de mujer, recién desnudada del guante,
aquel otro, en que fatigado de una ardiente noche de placer, con el nuevo día, escribís,
rendido de emociones, a la mujer vencida, que dormirá todavía en los terciopelos
espléndidos de su reposo, envuelta en las penumbras del lecho, como un sol, tras los
cortinajes de la tarde;
la confidencia picaresca y pueril, que hacéis a un amigo, recordando los ritmos heroicos
de una bailarina, semi-desnuda;
el grito de desaliento que se escapó de vuestro pecho, y, que fué derecho al corazón de
un amigo, buscando en él, refugio, ya que no era posible hallar consuelo;
la dulce mentira, que dijisteis, a una alma que ya no amabais, para pagar con ese engaño,
la intensa y fugitiva ventura, que os dió, cuando su carne desnuda se abrazó a la vuestra;
el grito de indignación, o de piedad, que un triunfo inmerecido, os arrancó, y enviasteis
como una flor, a una pobre alma vencida;
la abeja ática, que escapándose de vuestro corazón, fué a bordonear en el cristal de la risa,
viendo el fátuo candor, de ciertas libélulas de la celebridad, que creen dejar su nombre a
los futuros, en las alas de talco de un mal verso, o en el tapiz maculado de sus prosas de
libertos, con la misma ingenuidad infantil, con que las bailarinas creen fijar su gesto para
la posteridad, mientras su recuerdo desaparece, cadenciosamente con las alas curvas de
su cuerpos, devorados por la sombra, en las penumbras del teatro;
el billete que escribisteis al casero, excusándoos con él, de no poder satisfacer ese día,
su voracidad de minotauro;
aquel, en que solicitasteis de un judío avaro, algo de oro, dándole en hipoteca, fragmentos
de vuestro genio;
las disputas con vuestros editores;…
todos los pequeños gestos de amor, de angustia, de naufragios, que deberían morir en la
intimidad en que nacieron;
un día, apenas cerréis los ojos, serán buscados, escrutados, catalogados, comentados y
publicados, con el infame fin de enriquecer… vuestra Gloria;…
y, el pequeño grande hombre, que hay en todo escritor, aparece, al lado del verdadero
grande hombre, que ha sido, para hacerle sombra;
la exhibición de esta gloria, en ropas menores, es una violación y un impudor;
eso he pensado siempre, viendo publicada la «
Correspondencia »
de un gran escritor;
y, eso pienso hoy, viendo mutilada, deformada, envilecida, para fines de Librería,
la Correspondencia de Prosper Merimée;
no es que sea yo, un merimeísta enragé
, como hay tantos, ni que profese un culto,
por aquel filósofo de antecámara, sofisticado en robe de chambre, sobre el seno de
sus queridas descotadas;
no; pero me duele ese ultraje al autor de «
Carmen »
y de «
Colomba »
;
este epicúreo de antesala, feliz de su domesticidad no me seduce;
ese Sigisbeo del Segundo Imperio, viveur y dichacharón funcionario palatino, y
académico pedante, no me atrae, a pesar de su prosa castigada, y de su espíritu sagaz
de observador frío, con tendencias a sicólogo profesional;
¿qué Prosper Merimée es afectado?
¿
qué pasó por el mundo con una mascara, ocultando su ateísmo frívolo, bajo las
apariencias de un Maestro de la Acción ?
convenido;
pero, ¡qué enorme atractivo el de ese ironista lúcido, que hace de su intuición un
escalpelo, para poner el desnudo, la Humana Bestialidad, que es la entraña del Hombre;
¿es un pesimista?
pas du tout;
es un cínico letrado, lleno de delicadezas, del cual se ignoraría el alma, si no la hubiera
entregado en forma de cartas, a las mujeres a quienes entregó su cuerpo;
nada más lejos del Genio, que este hombre del triunfo fácil, cuya mediocridad, no exenta
de insolencias, hizo de la Fortuna, una cortesana, que lo indemnizó con sus favores,
de ser el mismo, un cortesano de la fortuna de los otros;
Merimée es un Ideófilo, como Napoleón, era un Ideófobo;
él, que fué el argucista entre Ser, y el Parecer, fué muy poco y pareció mucho;
su impiedad, era en él, un gesto hereditario; le venía de raza; su madre hacía
ostentación de ella, y por eso, él, no había sido bautizado;
pero, esa su Incredulidad, no era el águila de Heráclito, que extiende sobre el hombre
sus alas tenebrosas; era una abeja zumbona, prendida en el rosal de la Ironía;
llegado a la Negación, por exceso de su sensibilidad, la incredulidad, no fué en él,
un don, sino una pasión; la pasión de la venganza;
curado de la virtud del Entusiasmo, no tuvo el alma bastante fuerte, para alzarse hasta
el desdén, y permaneció siendo tierno, sin tener el valor de confesarlo;
su vida fué una pose;
¿fué el desengaño, lo que hizo cruel?
tal vez…
quince años de un amor, traicionado al fin, agriaron su alma, en vez de fortalecerla;
eso prueba, una vez más, que su escepticismo fué una mascara;
vividor indolente y lujoso, cortesano feliz, y cortejado, fué un observador atento
y despiadado, que para despreciar al hombre, no tuvo que mirar, sino dentro de
Sí Mismo;
él, practicó la rara y exquisita aristocracia, que es la única racional y posible; la de la
Voluntad;
y la alzó con un gran orgullo, frente al fariseísmo moderno, tan rastreramente perverso;
conociendo al Pueblo, no le amó;
ese rebaño, que no sabe enfurecerse, sino para devorar sus salvadores, le inspiraba el
justo desprecio, que en almas más elevadas, se disuelve en una acre y tempestuosa
Piedad;
decía, amar a César por sus vicios, y a Bismarck, por su talento, y eso, porque tenía
necesidad de disculpar, sus servidumbre mentales, adornando sus ídolos, aunque
fuese con flores, cogidas en un estercolero;
de los conductores de pueblos, él tenía, la idea radical, que inspiran a todo hombre
superior;
él sabía, lo que son esos charlatanes mendaces, sin otra elocuencia que la del foete;
y, sin embargo, el pequeño Napoleón, lo contó, no ya entre sus súbditos, sino, entre
sus cortesanos;
no creía en el Progreso, y hacía bien; él, veía acaso, que quitando la máscara, a esta
falsa Esfinge, se vería, el mismo rostro del Hombre primitivo y bestial, privado de
oropeles;
no fué un calumniador del Hombre, pues, que lo mostró, como es en Sí: monstruo
y fatal;
la llamada Civilización, no ha hecho mejor el monstruo, sino más astuto;
¿qué tiene de extraño que Merimée, que admiraba a Bismark, admirara también a
San Pablo, que fué una especie de Bismark, del charlatanismo, pero rudimentario,
retrospectivo, y bárbaro ?
esa admiración, debía llevarlo naturalmente hasta Joseph de Maistre; ese verdugo
teórico, le debía ser muy grato, como un espécimen raro de la crueldad Inerte;
Merimée, no era ateo, por creer a Dios malo, como Stendhal, sino por creerlo inútil;
se reía de las metafísicas, en lo cual hacía muy bien;
y, creía en el despotismo de la Ciencia, en lo cual hacia muy mal;
como todo libertino, fué a veces incurable de trivialidad;
¿no veis, con qué escrúpulo, se ocupa de la higiene, y los cuidados íntimos del aseo
en la fémina?
era superficial, en asuntos de pasión, como todos los profesionales del amor;
para ser un gran pensador, le faltó profundidad, tristeza de animo, y esa exquisita
voluptuosidad, del Dolor, que transfigura las almas;
fué anti-poeta, por impotencia, y por imitación;
su amistad con Stendhal, hizo de él, un Stendhal de contrabando, que degeneró luego,
en un Brantome de los salones de las Tullerías;
tuvo el culto de la frivolidad, y cultivó esos rosales, para desflorarlos en los encajes
y las blondas de la Emperatriz Eugenia, y de sus damas de honor;
envejeció, como había vivido, entre mujeres y entre enaguas, como un falderillo que
supiese raciocinar;
nada le faltó para eso, ni siquiera el collar, porque tuvo el de la Legión de Honor;
abrumado de distinciones y de años, se refugió en la muerte, sin fuerzas ya para reír,
pero con valor bastante para no llorar;
no vivirá acaso mucho, como filósofo, pero vivirá siempre por el perfume de sus
cartas, y de sus libros, en el corazón de las mujeres, reclinado sobre el cual, se pasó
toda su Vida;
inmortalidad de un celaje sobre el monte, y del beso de una playa con el mar.
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